domingo, 26 de abril de 2009

Crónica de un luto

Por fin era sábado. Me levanté tarareando Just dance y encendí el ordenador. Cris me abrió conversación con un zumbido.

- Hola! Digamelón :D
- Aby... :S

Cogí el móvil, llamé a Víctor.

- Buenos días amor!
- Cariño...

No pude contener más las lágrimas.

Más tarde una hora de tren, en silencio, mientras escuchaba música, me hacía reflexionar sobre todo lo que había ocurrido. Estaba tranquila, con el rostro sereno, y de vez en cuando una lágrima pretendía echarse a rodar por mi mejilla derecha, mientras trataba de retenerla y sacar del bolso las gafas de sol.

En la estación me abracé a Víctor, subimos al coche. El resto nos esperaba allí.

- Estamos en la cafetería.

Decía David por teléfono cuando estábamos llegando. Bajamos las escaleras y tratamos de hacernos un hueco entre la multitud congregada fuera de la sala.

Entonces alguien me abrazó llorando.

- No es justo tía. No me lo puedo creer. No puede haber pasado.
- Lo sé María, lo sé.

Volvían a humedecérseme los ojos.

Firmé en el libro de visitas. No nos atrevimos a entrar. Nada hacía pensar que había sucedido, que él estaba allí.

Entonces salimos. Y al cruzar el umbral miré las pantallas de mi izquierda.

Sala 14. Hugo Dos Santos Boto.

Era la evidencia que necesitaba. Rompí a llorar como no me había atrevido durante todo el día, cuando inconscientemente me negaba a creer que un accidente de coche se había llevado a nuestro amigo para siempre.

Fuera del tanatorio, y ya en el coche, no podía controlar aún mi llanto. Víctor me abrazaba. Encendió el motor y condujo, con la radio puesta, hasta el Muro.

Sonaba Peter Pan, y después un anuncio de la DGT. Sin dejar que acabara, apagó la radio y siguió conduciendo. Llegamos a Peñarrubia. Sabía que iríamos allí sin haber dicho nada. Bajamos hasta las escaleras que conducían a la playa y nos abrazamos, hasta que conseguimos tranquilizarnos, mirando al mar. Juntos.

Al día siguiente, volvimos. Parecía más fácil. Ya nos habíamos convencido. Pero nos equivocamos todos. El ataúd, frente al altar de la capilla, captaba mi mirada, mientras el sacerdote explicaba lo que significa perder a un ser querido.

Nos emocionamos. Notaba la mano de Víctor sobre la mía y sus miradas de soslayo. Miré hacia la esquina. Los demás también lloraban. Terminó la misa y el féretro desapareció bajo el suelo, con el último adiós del sacerdote y una marcha fúnebre como telón de fondo, acompañada por los alaridos de una madre desgarrada por el dolor que gritaba "NO".

Rompimos a llorar. Necesitaba salir de allí. Fuera, nos fundimos en un abrazo, lloramos, nos resignamos a no volver a ver a Hugo nunca más.

Nunca te olvidaremos. Siempre estarás vivo en nuestros corazones.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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